Vistas de página en total

domingo, 23 de enero de 2011

Libertad e inmigración

Milton Friedman y su esposa son dos amantes de la libertad que viven en las bibliotecas atemporales. Sin embargo, a alguien podría chirriarle el hecho de que Milton nos previniera de la inmigración masiva. ¿No son acaso los liberales partidarios de la libertad de movimientos, ya sean de capitales, de mercancías o de personas? En efecto, lo son. Pero Friedman, casado con una inteligentísima señora que es inmigrante en EE UU, lo que decía era que el Estado del Bienestar es incompatible con la recepción de inmigración masiva. Que un mismo territorio tendría que optar o bien por mantener el Estado del Bienestar o bien por aceptar la libertad de movimientos migratorios; pero que ningún país podría sostener ambas cosas simultáneamente.
Existen dos tipos de inmigración. La que aporta, en términos de riqueza, valor añadido a los países receptores y la que en esos mismos términos los empobrece.
La segunda viene caracterizada por la proliferación de 'seekers', es decir, por inmigrantes que acuden a un país con el ansia fundamental de verse beneficiados por las dádivas del Estado del Bienestar. La primera, en cambio, es la de inmigrantes formados que acuden a aquéllos mercados laborales que permiten más capacidad de competencia, es decir, donde podrán utilizar con mayor eficacia las habilidades que disponen.
Las políticas estatalista que imperan en España han permitido la proliferación de una marea incontrolable de seekers que hoy -y sobre todo mañana- ponen en tela de juicio la sostenibilidad (permitanme el palabro) del Estado del Bienestar. Friedman tenía razón.
Pero A. Merkel acaba de anunciar que en breve presentará un paquete de medidas para favorecer que los jóvenes universitarios españoles puedan acudir al mercado laboral alemán. España vuelve a coger las maletas camino del país teutón, como hacíamos en los años sesenta.
¿Somos un país receptor o emisor? Somos las dos cosas. Como cualquier país a lo largo de la historia de la Humanidad.
Pero el saldo final de nuestra balanza demográfica es demoledor y demuestra la estulticia del ideologismo que nos ha dirigido en los últimos treinta años, sin excepción temporal: importamos seekers y exportamos talento. ¿Es eso lo que garantiza nuestro futuro como sociedad?. No. Es, repito, el resultado de un buenismo ideológico que no tiene nada de bueno.

martes, 18 de enero de 2011

Cita del día

"No tengo ningún respeto por la pasión de la igualdad, que se me antoja mera idealización de la envidia"
Oliver Wendel Holmes, Jr

Es un clásico (desde Bobbio) clasificar la izquierda de la derecha en relación al binomio igualdad-libertad. Tal y como nos previno Isaiah Berlin, la igualdad entendida no en el plano jurídico (igualdad ante la ley) sino como elemento material (igualdad de medios) no sólo constituye una injusticia, sino un imposible, en la medida en que para obtenerla es necesario tratar como desiguales en el plano jurídico a las personas.
En efecto, las políticas igualizadoras y distribuidoras discriminan a los agentes más válidos y activos de una economía en beneficio de otros. Como bien señalaba Hayek, el mérito a recompensar no lo compone únicamente las habilidades de las personas, sino la correcta utilización de las mismas.
Por otra parte, la igualdad es incompatible con la libertad. Al menos con lo que Berlin denominaba "libertad negativa" que es, justamente, la que atañe al liberalismo.
El problema del igualitarismo distribuidor es básicamente que destruye no únicamente la libertad, sino también la democracia, entendida esta no como un fin en sí mismo, sino como un procedimiento político en la resolución de determinados conflictos o cuestiones sociales.
Tras el mantra del igualitarismo distribuidor lo que en realidad se esconde es el ansia del Estado por expandirse mediante una justificación supuestamente moral. Un Estado que, visto así, es totalitario porque, como nos dijo Mises, no hay camino intermedio entre la intervención y la libertad. No hay terceras vías.
Así que el dilema es obvio: ¿estamos dispuestos a cambiar nuestra libertad por una supuesta igualdad que nos asegure -también supuestamente- nuestra seguridad?
Veremos como ese dilema, en realidad, esconde una trampa bien disimulada por los poderosos intereses de los estatalistas.

viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Por qué en España no hay partidos 'frente al Estado'?

En España adolecemos de partidos 'frente al Estado'. Diríase que por supuesto el PSOE es un partido pro-Estado, lo mismo que los nacionalistas y por supuesto IU. Quien hubiera estado llamado a ser un partido 'frente al Estado' es sin duda el PP, fruto de la concentración de conservadores, democristianos y liberales.
Sin embargo, eso no ha ocurrido en nuestro país. El PP es, como veremos, el mismo perro con diferente collar que los socialistas.
Hay dos causas que explican esta situación. Una es originaria y la otra derivativa.
La originaria. El centro-derecha español nació dentro de la transición democrática 'desde' los aparatos burocráticos del régimen franquista. No es que sea un neo-franquismo, puesto que tanto UCD como AP evolucionaron desde aquél régimen a valores inequívocamente democráticos. Se trata de que tanto la UCD como la AP primigenia la formaron cuadros dirigentes del Estado. El valor estatalista es intrínseco al centro-derecha español.
La derivada. El PP vive a costa del Estado merced a las subvenciones y a la mescolanza entre instituciones y la organización política. El PP ha imitado los usos y costumbres de la izquierda con objeto de convertirse en una maquinaria electoral.

Los partidos y la libertad

Hay dos tipos de partidos políticos: aquellos que pretender convertirse en herramientas de experimentos de laboratorio social, los que pretenden cambiar la realidad para seguir el patrón de un liderazgo iluminado y despótico que sabe mejor que todos nosotros lo que en realidad nos conviene; y aquellos otros que nacen desde el respeto a la libertad de las personas, que centran en el espíritu creativo de la libre iniciativa el patrón del progreso y del cambio.
Los partidos de la ingeniería social tienden a confundirse con el Estado. Sólo de ese modo pueden articular las políticas que nos lleven a esa pretendida Arcadia feliz en la que sueñan. Ya sea el socialismo en sus diferentes variantes (mínimas variaciones, por otra parte) o el nacionalismo de base historicista o racial. Son partidos pro-Estado.
En cambio, los partidos "frente al Estado" tienen frente a este una actitud reacia y desconfiada. La defensa de la esfera individual de cada uno de nosotros exige una representatividad política basada en la confrontación con la tendencia expansiva de la burocratización y la estatalización.
En medio, como bien señaló Von Misses (Crítica del intervencionismo, Unión Editorial, 2006), no cabe nada. No hay tercera vía posible porque el "intervencionismo mínimo" lleva inexorablemente a un bucle de más y más intervencionismo progresivo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Triste realidad

Cita del día

"No robarás. El Gobierno odia la competencia"
Anónimo.

No. No se trata de este Gobierno socialista. Ni siquiera se trata de las dosis insoportables de corrupción que acarrean los partidos en nuestro país, o quizá y en diferentes niveles, en todo el mundo.
La cuestión es que los Gobiernos roban. El mayor y más grave hurto es, precisamente, el de la libertad, el de nuestra capacidad como personas para decidir lo que más nos conviene a nosotros mismos. Poner límites a la creatividad, a la iniciativa, a las opciones personales constituye, sí, un robo perfectamente organizado, perpetrado por unos gobiernos en manos no de políticos elegidos democráticamente, sino de aparatos burocráticos opacos y dictatoriales.
Y no hablo sólo metafóricamente. Miremos el sistema público de pensiones: ¿no es el más logrado esquema de estafa piramidal de cuantos conocemos?
Claro que todo eso sólo puede ocurrir porque los ciudadanos miramos a otro lado. Todos sabemos que las pensiones del futuro son imposibles. Pero preferimos el avestruz al águila: enterramos la cabeza en espera de que el Estado nos proporcione el argumento (tan fatuo como sea) con el que poder conciliar el sueño. ¿Alguien recuerda, ahora que se pretende reformar el sistema de pensiones, que los políticos apesebrados del Estado nos decían que la inmigración era la salvación?

El chicle y los partidos

Llueve. Y hace frío. Es posible que sea porque estamos en invierno (si nos permiten decir eso las camadas de científicos enchufados al grifo de las subvenciones a cuenta del cambio climático). Estamos en un mundo difícil y en crisis. Los aparatos burocráticos, el poder estatal, se ha enmarañado y muestra su incapacidad estúpida para salir del atolladero. Falta un diagnóstico: quienes nos han metido aquí, interviniendo los tipos de interés, promoviendo el endeudamiento, generando artificialmente masa monetaria, quisieron apagar el fuego de sus desmanes prestando ingentes cantidades de dinero a banqueros que erraron su obligación. Han pretendido extender el dinero (printing money) como si fuera un chicle y en él han enredado sus zapatos. Digámoslo claro: los partidos políticos no controlan el Estado. Es el Estado quien les controla a ellos, dejando en añicos su responsabilidad democrática, su verdadera representatividad de los ciudadanos. Y el Estado y los políticos necesitan sociedades adormecidas bajo en supuesto manto protector de las dádivas, de los aprobados sin estudiar. Hemos cambiado la libertad por un bienestar que se ha comprobado de barro.
Ahí estamos.